lunes, septiembre 03, 2012

Historia de mis rulos - Tercera Parte.


Lo primero que pensé cuando me fui a vivir con mi novio fue en mi pelo. La sola idea de imaginarnos frente a frente todas las mañanas y tener una maraña en la cabeza, ojos hinchados y un malhumor inexorable reforzaba mi teoría del caos. Me autoflagelaba pensando que un día se iba a levantar y yo le iba a parecer tan pero tan horrible que me iba a dejar. No solo el. Cualquier hombre que me vieran a la mañana también haría lo mismo, hasta que finalmente desistiría de la idea de ser feliz y acabaría mis días entre cajas de empanadas vacías y gatos rescatados del Botánico. Por suerte- y hasta ahora- no pasó.
Cuando se lo conté, mi novio se rió, me dijo que era hermosa de cualquier manera y siguió leyendo el diario. Por supuesto a veces le creo. Otras le creo a medias. Y otras elijo creer que a todas – salvo algunas excepciones como Charlize Theron - nos pasa un poco lo mismo. 
Siempre hay algo que nos tocó que no tenía que estar ahí. Siempre hay algo que sobra o que falta. La petisa quiere ser más alta y la alta sufre por no ser un poquito más petisa. La que tiene poca teta se queja porque las remeras le quedan mal pero la muy tetona usa corpiño deportivo para que no se noten tanto. La que es morocha algún verano quiso ser rubia y más de una rubia fantasea con dejar de serlo cada vez que Cosmopolitan publica que los hombres las prefieren morochas. Siempre que llueve las de rulos quisieran tener pelo lacio. Pero resulta que a las lacias les gustaría tener rulos. Y así vamos oscilando entre lo que somos y los que nos gustaría ser. Lo que tenemos y no elegimos y lo que elegimos pero no tenemos.
La historia con mis rulos no fue amor a primera vista. Durante muchos años los odie, los castigué, los traté de ocultar, culpé a mi papá por habérmelos pasado en los genes y hasta pensé en raparme. Pero de a poco empecé a aceptarlos y terminé pasándome al bando de las que AMAN sus rulos. Aunque quiera morir los días de humedad. Aunque en la primaria me decían “Pibe Valderrama”. Aunque a veces sienta que nada tiene sentido sin difusores, bucleadoras, ruleros, productos antifrizz o las manos mágicas de algún peluquero. A pesar de todo eso AMO mis rulos y no los cambiaría por nada. Porque tener rulos significa entre otras cosas ser distinta.  Tener un pelo distinto, un look distinto, una actitud distinta.  Ser únicas. Y a veces-  lo que nos hace únicas-  es quizás lo mejor que tenemos.

Y vos…¿odias o amas tus rulos?.